El linaje evolutivo del oso polar se remonta
al de los miácidos, pequeños mamíferos arborícolas que aparecieron hace 30-50
millones de años y que están considerados como los primeros carnívoros
verdaderos. Los miácidos se propagaron rápidamente y -hace unos 32 millones de
años- originaron tres ramas principales que corresponden a los primeros
“gatos”, “perros” y “focas” conocidos. Una rama de estos primitivos cánidos
empezó a adquirir rasgos ursinos hasta desembocar, en el Mioceno inferior -hace
unos 20 millones de años-, en los Ursavus, el ancestro de todos los osos
actuales.
El
tamaño del oso polar no superaba el de un zorro, pero esta línea evolutiva
empezó a adquirir peso y tamaño hasta dar lugar a los primeros Ursus, durante
el Mioceno superior y Plioceno inferior -hace unos 5-10 millones de años-. De
una rama de estos ancestrales Ursus derivó en Europa el oso etrusco (U.
Etruscus), gran úrsido del Pleistoceno inferior, que luego evolucionó en el
formidable y recientemente extinguido oso de las cavernas (U. Spelaeus). Otro
linaje úrsido dio lugar en Asia a Ursus prearctos, y posteriormente a otras
especies, cada vez más parecidas al oso pardo actual. Este último apareció en
China hace unos 600.000 años y pronto empezó a colonizar Eurasia.
El oso polar está cubierto con una piel
abundante y de una gruesa capa de grasa, el oso polar se encuentra a sus anchas
en las heladas extensiones donde habita. Su pelaje es una de las obras maestras
de la naturaleza. Como el de muchos mamíferos boreales, está formado por una
capa exterior de pelo recio que protege otra interior de pelos más finos. El
poder aislante de esta capa inferior se ve realzado aún más por el hecho de que
cada uno de sus pelo es hueco y está lleno de aire.
Estos
pelos, además, son transparentes y sólo nos parecen blancos porque reflejan
todo el espectro visible; una buena parte de la luz solar que en ellos incide
se refleja hacia dentro y, tras un intrincado recorrido, llega hasta la piel
negra del oso, la cual, debidamente cubierta por el “pelaje invernadero”, se
convierte en uno de los captadores solares más eficiente del mundo. El oso
polar, perfectamente adaptado a la gélida temperatura del mar. Aunque suele
nadar lentamente, el oso polar es capaz de alcanzar una velocidad de unos 6,5
km/hora y de mantenerla durante cierto tiempo. Cuando está agotado de nadar,
descansa flotando y quizá por usar este método es capaz de franquear distancias
de más de 60 km.
A fines de otoño y en invierno, las focas anilladas
mantienen abiertos agujeros en la superficie del hielo para respirar y salir a
tierra. Estas focas son muy individualistas: cada una excava sus propios
agujeros, defendiéndolos con ahínco. Sobre el hielo, las focas dominantes
incluso les niegan la entrada a los individuos más jóvenes e inexpertos, y
éstos tienen que buscar otra ruta hacia el agua, convirtiéndose entonces en
presa fácil para cualquier oso que transite por la zona. Así, cuando una foca
se halla sobre el hielo, el oso polar se acerca sigilosamente e intenta
capturarla por sorpresa. Si consigue llegar hasta ella, le golpea el cráneo de
un zarpazo y si el animal no muere de inmediato lo remata con mordiscos en la
nuca.
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